lunes, 5 de diciembre de 2011

Si así fuera...



De pronto, en un rayo de sol, nos encontramos.                        El haz de luz nos recorre la piel porque el tiempo avanza, porque la noche acecha, porque los cuerpos desnudos se trazan con partículas incandescentes.                 La oscuridad entre dos amantes se termina.

Si así fuera...              Pero te miro, frente a mí, con los ojos tostados, el cabello revuelto, con el amor ése que se escapa de tus dedos que no alcanzan a tocarme.             Tal vez en otro universo esto fuera posible.       Y da miedo que el reloj marque la hora, fije el plazo, y esto se acabe y no alcance yo a decirte lo que me abrasa dentro cuando te pienso.     El sol camina.                        Nosotros sentados en cualquier banca, de cualquier parque, como piezas del aquel rompecabezas que se niega a completarse.             Es infame la desdicha del que encuentra lo que busca y debe perseguirlo hasta el horizonte, inaprensible.

De pronto, en un rayo de sol, nos congelamos.   La manecilla se detiene.          Convulsionan los sentidos que se mueven por instinto hacia el centímetro siguiente.     El centímetro que ocupas, el que ocupa tu materia, tu temblor.

Si así fuera...              Pero te tengo, a mi lado, a una distancia prudente que cercena los deseos incompletos sin tu parte.               Y tú, con las palabras que se derraman, jacarandas dulces, buganvilias tiernas, por tu espalda. Y da miedo que se termine el aliento de las cosas que nos pasan, los segundos compartidos sin sábanas, el pasto, el viento helado de diciembre que nos quema la gana de ser si fuéramos posibles.

De pronto, en un rayo de sol...

No hay nada.             Eres espejo que rechaza las caricias de mi alma.           
El tic-tac asesina.      Las letras asfixian.              
La posibilidad de evaporarnos, de ser nube constelada, atraviesa mis pupilas:
fantasía descontrolada, ilusión óptica vacía,
vida de mi vida desterrada.
Mata.

Así  suena  el  corazón  cuando  se  r o m p e.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Contextos fuera II

A. La única forma que uno tiene de hablar sobre cosas verdaderamente importantes, cosas que tienen que ver con la existencia, es desmontando el cielo, ése que está partido en pedacitos. Ése que alguna vez vimos formarse, alinearse, construirse. Bien decía Heidegger (Heidegger era un libra y eso determinó, en gran medida, su pensamiento. Los astros nos mueven de formas ininteligibles, como se verá más adelante). 

B. Debe uno tener cuidado de no maltratar las esquinas, de no romper los bordes, de no alterar las filas y columnas que lo hacen, pues cualquier día puede ocurrir que se requiera armarlo de nuevo: para otra ventana, para otra tierra, para otra humanidad.

C. Los cielos son muy cotizados. Las nubes, preciadísimas. Qué sin ellas.

D. Al estar sumido en esta minuciosa tarea de quitar el pegamento, evitando que las piezas de las nubes se lastimen, es probable que uno analice detenidamente los números y las letras, y se dé cuenta de que su coordenada, su pedazo, su lugar, no existe. Hemos vivido engañados, todo el tiempo. La convergencia entre la fila L y la columna 11 no existe.

E. Las pláticas y las deconstrucciones continúan tejiéndose y, al final, D. se vuelve un detalle nimio (se verá más adelante). Sigo siendo la esquina inferior derecha de una nube que se incendia.

F. Parece, a simple vista, que los siguientes puntos en nada se relacionan con los anteriores. Luego desmadejamos las razones y descubrimos la falsedad de nuestras percepciones a priori.

G. Nos concentramos, entonces, en que la nube es posibilidad delirante; la nube que elegimos ser, la que condenso, la que llueves, ésa que soñamos.

H. Una posibilidad, dentro de todas. La puerta en el laberinto. La llave. La voluntad pétrea de perdernos dentro, de avanzar sin movernos.

I. Es posible. La compañía que uno encuentra en una casa abandonada, junto a un par de cervezas y a las diagonales que trazan las sombras de las paredes, dibujándose sobre el suelo habitado por los motivos que almacenamos para levantarnos por la mañana, delicadamente bordados en time lapses sobre las pupilas de los que observamos el paso de las hojas y las hormigas: tranquiliza.

J. La compañía de alguien que comprende es conditio sine qua non para la existencia. Sólo así nos constelamos. Sólo así, sus consecuencias: el brillo, la distancia, la comunidad de estrellas que son porque son juntas, porque brillan juntas, porque estiran sus aristas para tocarse las puntas de los dedos.

K. Estas constelaciones nos llevan a encontrarnos, a fijar la vista en lo que es realmente útil para ser. Lo que es necesario.

L. Aquello que hace imprescindibles a las estrellas es que podemos verlas aunque ya no existan.

M. En este sentido, la existencia no es requisito obligatorio para ser. Sí, así como se lee.

N. Somos la constelación que cae, pirotecnia de un cielo que se parte en pedacitos. Somos, a veces.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Poesía

Quiero que mi nacionalidad sea la vida.
David Meza

Allí estaban, huéspedes nuestros, aceptados y conformes. Allí se sientan y nos observan y se deshacen en palabras que hieren la piel de las entrañas. Allí están y permanecen, a pesar del transcurrir de los años, de las generaciones que pisan las banquetas con afanes de borrarlos, de dejarlos atrás. Nos anclan. Todavía hoy soy poca cosa; todavía mi cabello largo, mis ojos de mujer morena, mi cuerpo que desea perderse en el vacío de encontrarse con el otro, son poca cosa. Todavía mis letras valen menos, mis versos pesan menos, mi locura requiere reprimenda. Mujer, joven, mexicana. Menos. Mujer, joven, mexicana. Loca. Mujer, joven, mexicana. Puta. No queda lugar para la poesía. Malditos sesgos epidémicos que enferman nuestras filas, nuestras casas, nuestro paso por el tiempo. Quiero ser sirena, decir las cosas en voz alta, seguir los puntos cardinales que me cimbran las pasiones, escribir con tinta sobre las playas del mundo, sin sentirme culpable, sin lupa ni reflector por la desgracia de mi sexo, de mi edad, de mi nacionalidad errante. Quiero errar a consciencia, a propósito, ser vagabunda, errar, perderme para hallarme detrás de la puerta de la rosaleda, ser la rosa, ser el estanque vacío, la nube que lo cubre, la luz del sol que abre vetas en nuestras ganas de estar vivos, de contarnos, de seguir. Aceptados y conformes, estaban, del pasado “ya no están”, del pretérito “jamás de nuevo”, del olvido y el repudio que nos queman los adentros. No más. Borrón y cuenta en blanco: nívea historia, nobel hoja de papel cristalizada en los deseos de aquellas almas que laten sin género, sin años encima, sin patria. La humanidad sin matices traicioneros, sin compartimentos lacerantes, sin miedo a habitarse. Utopía en pétalos posibles. Realidad que apremia. Levemos anclas, despeguemos. La “v” de nuestro vuelo será estela guía, será faro. Nuestras alas serán sendero, leyenda, serán recalcitrante hecho consumado. Seremos estrellas en fuga, explosiones astrales cumplidas, encuentros decisivos en el espiral de nuestros destinos. Seremos. Es inminente darse cuenta: los caducos, los añejos, los capataces, ellos intentarán privar a la pluma del andamiaje puntual que prestan los pliegos, alejar la piel de la piel otra, detener la luz que nace, sinapsis prodigiosa de imaginar un universo paralelo; intentarán cubrir las voces de los vivos, quemar las velas de nuestros navíos, secar nuestros oasis, cortar las enredaderas galopantes y floridas, ahogar los puntos sobre las íes. Intentarán quebrar nuestros puentes colgantes. Y no. Diremos que no. Lucharemos por el espacio que ocupa el libro en la almohada, el latido último del corazón del que suspira, la posibilidad que tenemos de hacernos niebla, de hacernos bosque, de navegar por el infinito auge que es la vida. Lucharemos. De pie sobre los juicios, los prejuicios, las leyes divinas que nos parten, que nos reducen a cenizas. No, no somos culpables, no nacimos criminales. No. Nacimos luminosos. La luz es nuestro arte. La luz es la poesía que nos invade, que nos domina, que nos atraviesa cual haz incandescente, para hacer garabatos que incendien los callejones desiertos, todas las salidas. Mujer, joven, mexicana. Poesía. Hombre, viejo, terrícola. Poesía. Ser humano, ser humano, ser humano. Poesía. Poesía, poesía, poesía. Poesía.

sábado, 22 de octubre de 2011

Contextos fuera I

A. El cielo es un conjunto de pedazos de papel pegados con cinta, literalmente. Aquí no queda lugar para metáforas. Hablamos de poesía, pura y dura. Cero grados de interpretación. 

B. Esto de ninguna manera es rentable. Al contrario. Es imposible que la onerosa inversión del creador regrese algún día. El resumen de ganancias tiene sólo un concepto: miradas. Quizá alguien escriba unas líneas al respecto. 

C. Uno debe tener en cuenta que el cielo debe fijarse de arriba para evitar que se desplome. Para ello se requieren precisión, paciencia y habilidad de equilibrista. Se requieren malabares. Se necesitan ojos dulces y buenas intenciones. Esta actividad demanda compromiso con la obra en cuestión. El cielo no es broma. Lo que sucede es importante; puede ser fundamental. 

D. Ahora bien, fijarlo de abajo, a la tierra, o no, sigue siendo un entresijo. De eso depende si cuando el aire llegue, el cielo se moverá como globo que se infla, o si en cambio, barrerá el piso con sus puntas sueltas, como escoba. 

E. Estamos frente a un dilema de complejidad progresiva: el tiempo pasa, el hambre aumenta, el pegamento se agota. Es determinante darse prisa. 

F. Los gigantes de los bancos de madera lo meditan. Por momentos, el problema resulta impenetrable. 

G. El hombre (la mujer) que los mira desde el suelo, se pregunta acerca de la relevancia de aquellos hechos que cuelgan de la cornisa. 

H. Escribe estas líneas en una libreta, cierra los ojos y concluye: Viviremos, después, todos, en esos pedazos de cielo, de nube. Esos trozos rotulados, con letras para las filas y números para las columnas. Seremos números y letras, para siempre. (In)Finitos, (i)limitados, colindantes. First come, first serve. 

I. ¿Cuándo?

J. Es complicado. O tal vez no. 

K. Fila: L. Columna: 11. Soy la esquina inferior derecha de una nube que se incendia. 




*Para ampliar el entendimiento de éstos y otros contextos,
consúltese
F. de Adrián Regnier. 

domingo, 2 de octubre de 2011

Para el frío: palabras



1

Hace frío

Separarse da frío
           
Separarse del mundo
de uno mismo y su existencia
            de la posibilidad de sentirnos
            de las promesas consteladas                    
            de la esperanza


2

Ya he hablado antes de la piel sin piel-reflejo
sin piel-compañera
sin piel-amalgama
sin piel-contrapiel

Ya he hablado antes de la separación que da frío
que da miedo
que da ganas de llorar eternamente

Ya he hablado antes de esa soledad que quema inevitable
ésa que asfixia

Pero es necesario seguir hablando de estas cosas
no para que desaparezcan –no es posible–
no para hacerlas pequeñas –al contrario–

Es necesario hablar del vacío porque es lo que nos hace

Es necesario hablar de los llantos
de las nostalgias
de los huecos que nos bordan las orillas

Porque entonces vienen las palabras como lluvia
palabras-raíz
palabras-tronco
palabras-rama y hoja y flores

Palabras-pájaro
ala y viento

Entonces volamos entre las palabras

Para salvarnos del frío

Volamos para encontrar sentidos alados que nos sigan
que nos persigan
que nos impulsen

Volamos apalabrados

Porque son las palabras el único asidero
            el único refugio
            el salvavidas
            el amuleto


3

Hace frío

Separarse da frío

Pero voy haciendo bolitas con las palabras que escribo

Las tiro a la chimenea

Echan chispas

Calientan
            me calientan
            nos calientan


4

LAS PALABRAS NUNCA SE TERMINAN


                                     *Ilustración de Alan Cabello

martes, 20 de septiembre de 2011

El hilo rojo

…el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,
no vendrá nunca nadie…
Max Rojas

Quisiera parir mi alma fuera de este pesimismo,
encontrar la luz en lo terrible
y hallar lo verdadero.
Davo Valdés de la Campa



Tengo miedo. Hablo de un miedo primario, inexplicable. Tengo miedo en la piel, sobre todo. Miedo… ¿Qué es? ¿De qué se compone aquello que nos aprieta en el centro del cuerpo? ¿Cómo se cura?

De pie,
al borde del abismo:
sostenida del horizonte
por un hilo rojo
que me teje
el pensamiento,
las dudas,
el miedo mismo.

Y es cierto: dentro del continuo espiral del tiempo, la relatividad premia. Es cierto que soy joven, que comienzo; en términos parciales, es absolutamente cierto. Pero es cuestión de darse cuenta: la juventud no hace menos real al miedo, no lo doma. El miedo no envejece.

Soy oruga:
envuelta en capas de hilo rojo
que se van desmadejando.

He descubierto, con ayuda, que no tengo miedo de morirme. Tengo miedo de saberlo, de sentirlo, de estar sola. Sí, sola. Y aquí reinará la argumentación filosófica de la soledad por antonomasia, por excelencia. Y, probablemente, tendrán razón aquellos que afirmen que uno llega solo y solo también se va. Pero insisto, incluso la más recalcitrante verdad es, en este caso, relativa.

Soy trompo:
giro sin detenerme,
espero el final del carrete.

De nuevo, nos enfrentamos a un entramado infinito de ilusiones ópticas y reflexiones cruzadas en los espejos cóncavos y convexos que nos hacen: es posible saberse conectado al mundo, ser parte de algo más grande que uno mismo, más complejo; ser todo, siendo uno: ser uno, siendo dos. Es posible.

Llega el momento:
el hilo rojo se tensa,
los silencios esconden las tijeras
debajo de la tarde.

Creo, ferozmente, que al final –sea lo que sea, donde quiera que se encuentre–, quitarse el antifaz sólo servirá para vernos con mayor nitidez: asidos los unos a los otros. Sin miedo.

Caer o no caer.
Ahora, ésa es la cuestión.

Pero hoy, un domingo cualquiera de septiembre, la emoción se derrama y se derraman las posibilidades de ser polvo: la bendita impermanencia que, poco a poco, nos construye, ésa que, al mismo tiempo, nos devora. Y da miedo. Esta soledad estremece hasta los huesos. Duele el roce de la piel con el vacío. Arde la existencia, que, sola, pierde significado. Se extingue la flama de la vela. Asusta desvanecerse, diluirse, agotarse. No el morirse: el dejar de ser.

Me dan miedo las alturas.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Libre


Vivir, ya he dicho:
Tener sobre las manos un fajo de papeles:
un lápiz, libros, dibujos, sueños.
Mía Gallegos

Desde entonces tuve el corazón descalzo.
Jaime Sabines

I

Yo no lo sabía.

No lo sabía,
pero me daban ganas de sembrarme,
ansias de andar y perseguir estelas,
            ésas que dejan los ojos cuando uno duerme,
            cuando sueña.

No lo sabía,
pero siempre quise salir de la jaula,
cultivar espirales luminosos,
probar los besos, las mordidas,
y desgajarme en una hoja de papel,
desnuda.

No lo sabía
pero era necesario:
el temblor de la piel cuando se abrasa,
la locura inevitable de saberse vivo,
de estarlo,
embriagarse de poesía,
hasta el cansancio, diariamente,
defender el ser rebelde,
            ofrecerse sin matices
y quitarse el antifaz;
para ser, es necesario.

No lo sabía,
pero duele,
se desgarra por dentro el punto de partida,
las orillas del nido, se desangran.

No lo sabía,
pero es la única forma de existir:
cosechando tempestades
                        que cimbren los fundamentos del tiempo;
escuchando el aleteo de las entrañas,
                        los deseos;
cazando las historias que uno escribe,
                        sin rendirse, a contrapunto;
quebrándose los huesos en cada verso,
                        hasta que el cuerpo aguante, a pesar de todo;
llevando el alma al borde:
                        bordada, violeta;
encendiendo, de una en una, las mañanas,
                        sin cortinas, sin cristal en las ventanas de la casa;
caminando, con todo y las raíces,
                        y las huellas, y los llantos, y las palabras que insisten;
mirando siempre, a los ojos, al espejo,
                        a la proyección humana que es el cuerpo frente 
                                                                                        al nuestro;
atándonos al mundo,
sin remedio, al universo;
asiéndonos a los vacíos, a los huecos,
                        al silencio terso de las tardes solitarias.

No lo sabía,
pero es la única forma de existir:
sintiendo.


II

Ésta es una niña que siempre ha sido libre. Busca selvas para decir la verdad, sin miedo. Junglas. Platanares. Cafetales. Encuentra otros niños que buscan lo mismo. Van, cantándole secretos al horizonte de sus ramas, creciendo.


III

Quiero ser libre.
Quiero ser ala y pintarle ocasos a los manantiales.
Quiero ser voz.
Quiero ser poema y ser tuyo y ser.
Quiero ser cristalina.
Quiero ser sed.
Quiero pararme frente al precipicio.
Quiero ser el vértigo antes de caer.
Quiero ser lágrima: blanca, de día.
Quiero ser y poder ser.

Soy.

lunes, 22 de agosto de 2011

Fotografía tres: Antes de la huida



(La cámara gira 90 grados) 


Esa mirada, 
desarma. 

Es necesario darse cuenta: 
la intermitencia de la luz 
es permanente. 

El alfiz del alma escapa 
con los dientes por delante;
se va a sembrar atardeceres y certezas 
para los que quedan, 
para los que siguen. 

Es imposible enfocar 
el instante preciso antes de la huida. 

Los bordes se difuminan, 
los centros se testerean,
se vuelven camuflaje ante la vida...
se quedan quietos,
y al vacío que nos rodea, confunden. 

Y el vacío domina, 
por fortuna; 
la posibilidad de llenarnos. 

Los minaretes se encienden todos, 
nos muestran el recorrido: 
la circunferencia, 
el ciclo. 

Volvemos al principio, 
sin el disfraz, 
sin la máscara. 

Volvemos a ser capullo, 
mariposa, 
ala y viento, 
a las nueve de la noche. 

Tenemos todas las palabras 
en las plantas de los pies: 
descalzas. 

Esto nunca se termina. 


(El sonido del disparo)

Fotografía dos: A simple vista


(El movimiento del rollo) 


Una casa desfigurada 
en donde se puede ser feliz, 
por momentos, 
de repente. 

El espacio detrás de la puerta 
y su llave: 
las libélulas, 
los asteroides, 
el papel que ansía 
filigrana en castellano. 

Libros: 
trincheras de historias que conspiran. 

Mariposas violetas y agapandos 
nos arrullan los contrastes. 

Una terraza de luna,
para pasar la noche, 
donde ponerle nombre a las estrellas
para que nazcan. 

La escalera infinita, 
hacia adentro. 

Un lugar común: 
un par de ventanas 
para asomar las pasiones:
faros que nos guían, 
porque duele. 


(El enfoque del cuadro) 


Mi cuerpo, solo, 
con sus huesos y sus huecos
a simple vista. 

Una radiografía de mi paso por el tiempo 
se borda en mis pupilas. 


(El destello del flash)

domingo, 21 de agosto de 2011

Fotografía uno: Al borde



(El enfoque del cuadro)


En el origen:
los ícaros cuelgan de las nubes
y desafían al centro de la tierra. 

Tejo círculos con sus estelas bravas. 

El final de un camino 
trazado con las lágrimas verdes 
de unos árboles que observan.

Una gota de verano transparente:
tinta de guayaba,
pinceladas de hielo.

El sol metido entre mis pestañas, 
al borde. 

El lago.

Pienso y siento: 
el quehacer de unas manos
sobre el lienzo de mi piel floreada. 


(El disparo de la cámara)

domingo, 14 de agosto de 2011

Un simple cálculo físico-matemático

Es necesario tomar en cuenta que el mundo gira, inevitablemente. Nos movemos: todos al mismo tiempo, al mismo ritmo, a la misma velocidad constante. El vector de dirección es, entonces, clave para encontrarnos. Lo es también la aceleración de nuestros pasos sobre el suelo, la que aplicamos en proporción a nuestras ansias, a nuestros deseos de colisionar unos con otros, y mirarnos, y besarnos, y tocarnos para sabernos. Nuestras ganas de resquebrajar la relatividad y asirnos. 

La noche avanza, lo mismo que todas. Las estrellas cuelgan de los árboles, gracias a los efectos de la gravedad. La temperatura puede ser perfecta. Y es posible que no nos percatemos, pero sucede. La probabilidad de que ese día –a esa hora, en ese instante imperceptible dentro del maremágnum del tiempo–, en esa ciudad –en ese lugar, en ese punto específico de las dimensiones infinitas del espacio–, nuestros ojos se dijeran lo que se dijeron, es cercana a cero. Nos pegamos al eje de las equis como si viajáramos sobre una ecuación exponencial de papel, como amalgamas enamoradas. Y sucede. Jugamos a ser víctimas de una gráfica tremendamente pesimista. Somos valores perdidos que vagamos en el cosmos, variables necias, incógnitas mordaces que se escapan de sus líneas paralelas para coincidir en una sola coordenada. Rompemos los rangos, salimos de los parámetros establecidos y sentimos. 

Las implicaciones empíricas de esta serie de cálculos son inefables. Esto no pasa porque el mundo gira. El mundo gira porque esto sucede. El mundo gira porque la poesía es desafiante de las leyes físicas y nos desdobla, permite que varios cuerpos ocupemos el mismo espacio, al mismo tiempo; gira porque la poesía quiebra el igual, pone signos de interrogación a todas las fórmulas comprobadas. La poesía refuta aquello que nos limita: la energía o la materia no se crean ni se destruyen, sólo se transforman. Mentira.

jueves, 4 de agosto de 2011

Un día


Las cosas pasan. Así. Abrimos los ojos un día para encontrarnos bajo la lluvia. Empiezan a caer las gotas y abrimos los ojos. Llueve. Cerramos los ojos. Abrimos los ojos un día para encontrarnos solos. Hoy leí que la soledad nunca viaja sola. Viene la soledad, de cualquier forma, acompañada. Cerramos los ojos. Abrimos los ojos un día para sentir. Y sentimos. Entonces llueve y el sol nos pinta celosías en las ventanas. Se detienen las mariposas en el suelo. Nos miramos. Cerramos los ojos. Abrimos los ojos un día para descubrir que estamos vivos. Y duele. Y sabemos que es hermoso. Y estamos despiertos, sentimos, con los ojos abiertos, aunque estemos durmiendo.

martes, 26 de julio de 2011

El silencio

Al negro sol del silencio las palabras se doraban.
Alejandra Pizarnik

Ocurre que estamos solos
y esta soledad habla sólo un idioma:
el del silencio.

Sucede que el barco avanza callado,
el mar que lo golpea no hace ruido
y aun así despierta a todos los inquilinos de sus orillas;
sucede que el barco avanza sobre el silencio,
lo tiñe, lo borda, lo parte en cuartos:
le siembra minúsculas palabras
que germinan (gotitas):
nos narran el fondo:
las sirenas,
las anémonas que bailan,
los tesoros que ansían mano,
beso, cuello de dama,
arena seca de penínsulas silentes.

Pasa que al parecer nada transcurre:
el silencio pinta oasis en los ojos cansados
de los peregrinos del desierto,
ilusiones ópticas finitas, traicioneras:
estática sin volumen aparente.

Mentira: pasa todo, de todo:
nacen la ficción y las heridas, en silencio,
en silencio crecen las pieles de los amantes,
en extensión y dulzura,
en silencio, dices mi nombre y tiembla mi alma,
los violonchelos sacian sus deseos,
las caricias separan, en silencio, a Neptuno de Cibeles,
asoma Madrid en mi almohada, al acostarme,
en silencio se hacen árboles los árboles
y beben agua los perros en el parque,
en silencio, caen a veces las estrellas,
sobre el agua de tu espalda,
sobre nuestra cama, silenciosas,
sobre el espacio que ocupamos para hacernos,
se cuelan entre mi ombligo y la estela que deja
cada palabra en la página blanca,
en las pupilas que las desentrañan;
en silencio, con la luz apagada,
todo pasa.

Acontece que me encuentro,
nos creamos, construimos de vacíos
la abundancia de este cuadro, de esta escena,
de estas personas que nos sentamos con Duras
y conversamos.

Nos encontramos: aquí,
en el nítido alfiler azul que es el silencio,
somos lo mismo: uno sólo,
uno.

Aquí existimos: precisamente
en el magnífico paisaje de callarnos,
de prestar atención al universo,
a sus suspiros galácticos,
sensuales, de antaño.

Así somos: la cinta celeste, sin ruido,
nos pega los pedazos,
nos llena la garganta de luceros,
nos proyecta en un espejo
enmarcado con puntuales instrucciones:
veme de frente, camina, sigue caminando,
no te detengas, penetra:
en silencio, aquí,
encontrarás las respuestas.

Y es que todo brota del silencio:
las miradas transparentes que compartimos un día,
que hicieron girar mundos y lunas y astromelias;
los libros que las mariposas traen consigo,
ésos que escribimos para ellas;
las palabras tensas que resuenan en las calles
de los vivos, las que quedaron en las bocas
de los muertos, para siempre,
las que aparecen a las dos de la mañana
y es menester poner en una botella de vino tinto
y lanzar al agua, sin corcho,
para que salgan y contagien a las olas de poesía,
para que mojen los silencios, las mareas desconocidas,
para que bebamos, diariamente,
versos náufragos, marinos.

Y es que el silencio es vientre y fertiliza,
procrea instantes sumamente luminosos,
nos cose la soledad a las orillas,
nos regala pupilas tornasoladas
para vernos los rostros sin tener que decir nada,
sin juzgar,
sin jugar a matarnos.

Lo que ahí ocurre es precisamente que así,
domando el ruido sináptico angustioso,
ése que ha encallado en las banquetas de la mente,
suceden el sol y la mañana,
suceden el abecedario y los cuentos de Cortázar,
suceden los besos violetas de dos amantes anónimos
que se encuentran, después de haberse desconocido tantas vidas,
suceden las caricias, los gemidos, los orgasmos,
las voces que se rozan y los cuerpos que se prenden a mordidas,
suceden dos milagros:
el del tiempo y el del espacio:
estamos aquí y ahora,
somos, y en silencio:
conspiramos.